Un pirahã en Wall Street

Utilizamos un sistema numérico decimal porque tenemos diez dedos

Analítica de Negocio y Calidad en SEAS
Share

Discutíamos recientemente un grupo de amigos acerca de una noticia sobre cómo influye el observador en lo observado. De cómo percibimos una realidad que no existe, sino que vamos construyendo nuestra propia realidad conforme la vamos percibiendo. Nuestro cerebro tiene la configuración actual fruto de cientos, de miles de años de progreso y adaptación paulatina, en oposición a la actual irrupción de la IA en una sociedad cada vez más acelerada, que progresa de manera exponencial sin darnos el tiempo necesario para asimilar lo que está sucediendo. ¿Pero qué está sucediendo realmente y qué estamos percibiendo? -argumentó alguien- ¿Es la transhumanidad o una simple bomba de humo?  Y me vino inmediatamente la imagen del pirahã en Wall Street.

Utilizamos un sistema numérico decimal porque tenemos diez dedos. Hace miles de años comenzamos a contar con los dedos para dar respuesta a las necesidades que surgían de nuestro entorno: tres peces, un ciervo, cinco dedos. Si tuviéramos cuatro en cada mano utilizaríamos un sistema numérico en base ocho. ¿Habría afectado a nuestra comprensión del mundo? ¿Percibiríamos distinto nuestro entorno? Posiblemente no demasiado, sería como hablar otro idioma, con otras palabras, pero para acabar expresando lo mismo. 

De hecho, ha habido muchas culturas a lo largo de la historia, como los mayas, que han utilizado un sistema numérico en base 20, muy probablemente debido a emplear los dedos de las manos y de los pies y, lejos de resultar más ineficiente, sus observaciones astronómicas fueron de las más precisas y avanzadas de su época. Nosotros mismos utilizamos otro sistema numérico, el sexagesimal, para medir el tiempo: 60 segundos equivale a un minuto, 60 minutos una hora, 24 horas un día, dividido en dos tramos de 12 horas. ¿Por qué? 

El origen se remonta a la antigua Mesopotamia, donde, aunque también se contaba con las manos, no contaban dedos sino falanges. Con el dedo pulgar contaban las falanges del dedo índice (uno, dos, tres), pasaban al dedo corazón (cuatro, cinco, seis) ... y así sucesivamente hasta completar todas las falanges de los cuatro dedos de esa mano: 12. Llegado a ese punto, con la otra mano marcaban 1 y volvían a comenzar. De esta manera, doce falanges de una mano por cinco dedos de la otra, obtenemos el sesenta como cantidad máxima que utilizar como base. Este sistema se fue extendiendo al resto de civilizaciones hasta llegar a nuestros días, donde seguimos utilizándolo no solo para medir el tiempo, sino también ángulos, o huevos por docenas.

Visto que podemos utilizar un sistema numérico u otro, o incluso varios al mismo tiempo, y que no tiene excesiva influencia en el concepto del resultado obtenido, podríamos llegar a preguntarnos: ¿y si no utilizáramos ninguno?

Es conocida la tribu amazónica Pirahã por no utilizar ningún sistema numérico, por ni siquiera concebir el concepto de “número”. Utilizan una palabra para designar “uno”, otra para referirse a “unos pocos” y una última que equivale a “muchos”. Si vamos a pescar al río y volvemos con un puñado de peces, ¿qué importa que sean tres o cuatro? Son unos pocos. ¿Y por cuántos peces estaba formado el banco en el que los han pescado? ¿Qué importa que fueran 47 o 51? Eran muchos. Recientemente, además, una nueva investigación arrojó que ni siquiera esos términos eran fijos, sino que se adaptaban al contexto en el que se relacionaban. Es decir, pueden utilizar “unos pocos” para referirse a tres o cuatro peces de un banco de 50, pero hubieran utilizado “muchos” si esos tres o cuatro peces los hubieran cogido de un cesto en el que había cuatro.

El contexto, el observador, la gran variable que modifica, interpreta y construye lo observado. Volviendo al planteamiento inicial, decíamos que comenzamos a utilizar los dedos de las manos para contar nuestra realidad: peces, ciervos, miembros de una familia. ¿Pero qué sucede cuando evoluciona nuestro conocimiento y queremos medir distancias astronómicas o microscópicas? Acaba resultando un número seguido de tal cantidad de ceros que nos vemos obligados a utilizar otro tipo de signos porque nuestro sistema numérico decimal no está preparado para trabajar con esas magnitudes. ¿Lo está nuestro cerebro? ¿Avanza al mismo tiempo que los hitos que vamos alcanzando? Por eso, cada vez que leo una noticia acerca de la dualidad onda-partícula, o del agujero negro del centro de nuestra galaxia, me viene a la mente una imagen recurrente: la de un pirahã en Wall Street observando el índice bursátil en una pantalla.